

Cotidianidad exacerbada
El miércoles, haciendo un zapping radial me encontré con ULTRAVIOLENTO, quizás la canción más conocida y menos cantable de los violadores, esto último no por enemistad de ninguna índole con ellos, sino por lo intrincada que es la letra. Hasta donde sé, es la única canción en Nadsat de la historia de la música.
Hoy caminaba por un pasillo de la facultad y empecé a sentir cada vez con mas nitidez, a medida que me acercaba al aula que cursaba, una música de corte sensorial que no puedo negar me hizo sentir bastante desorientado. Lo cotidiano tiene eso de que con un poco de música se resignifica muchísimo. El viaje con banda de sonido tiene esa gracia cinéfila de sentir que todo a tu alrededor pasa como en una película. Avanzaba por ese pasillo del segundo piso como si un otro me hubiera incorporado a mí en lo que él estaba escuchando. No era música en realidad, eran sonidos ensamblados, algo futuristas, difíciles de descifrar, oscuros. Como oliendo el sonido Kubrick de la primera escena en el Korova, me asomé y encontré que en el Salón de los Pasos Perdidos la estaban proyectando.
Esta acumulación de sucesos me trajo hasta aquí. Los dejo con la inquietud para que rastreen lo comentado ut supra.
Sin embargo, el acto de leer era, en sí mismo, algo extraordinario: la soledad, el secreto, la reserva de los propios pensamientos, la concentración y también las distracciones y las derivas por espacios clandestinos de la subjetividad. El acto de leer era casi más interesante que lo que se estaba leyendo, porque representaba un momento de autonomía radical respecto de los otros (los viejos, los que tenían autoridad), un acto privado que, a diferencia de la mayoría de los actos privados, no podía ser prohibido, aunque conocí gente que, a tientas, se daba cuenta de que peligraban las leyes del orden y castigaba a sus hijos prohibiéndoles que leyeran después de cierta hora, temiendo todos los desbordes que podían suceder y que muchas veces, en efecto, suceden.
Leer es una emancipación más allá o más acá de los libros; en el fin de la infancia, puede ser una fuerza secreta, que marca diferencias y también anuda amistades que, por primera vez, pueden llamarse intelectuales. Leer Hermann Hesse, Demian, a dos voces, llamándose por teléfono para comentar un episodio, discutir las acciones de los personajes (algo que poco después, cuando empecé a estudiar literatura, aprendí a no hacer), subrayar prácticamente todas las frases para comunicárselas al otro lector que también subraya casi todo. Si hubieran existido los mensajes de texto, habríamos intercambiado números de páginas y comienzos de párrafos: dos palabras, para que el otro las leyera y siguiera en el lugar indicado al mismo tiempo, como amantes separados que pactan que a tal hora leerán el mismo poema. Si la lectura fuera entendida como lo que realmente puede llegar a ser (algo descontrolado), tendría más popularidad entre los adolescentes, y se evitaría el sermoneo de los adultos que aconsejan leer como si fuera un régimen de comida sana.Beatriz Sarlo en revista viva. 13.08.2006
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