Adiós al comunista hormonal

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Puedo contar que lo primero que lei de Saramago fue una entrevista del Le Monde que María nos mando a conseguir cuando estábamos en noveno o en primero. Se objetivó con esa lectura la entelequia del intelectual frente al reportaje sesudo. Pesquisando su producción literaria leímos Ensayo sobre la ceguera y Todos los nombres. De sus novelas siempre me perturbó su idea bolchevica de no separar los diálogos con punto y aparte y su actitud abandónica, eso de dejar las historias sin final. Como virtud, junto con su historia personal, me late la lucidez de sus personajes; a través de ellos consiguió el espacio necesario para decantar sus impresiones en torno a inquietudes universales. Ha muerto un escritor paradigmático.

De aquella entrevista de Jorge Halperín recorto la siguiente respuesta:

"Padezco de algo que se puede llamar el comunismo hormonal. Por ejemplo, las hormonas hacen que los hombres tengamos barba y las mujeres no. Bien, imagínese que hay personas que nacen con ciertas hormonas que las dirigen hacia el comunismo y las pobres no tienen más remedio que ser así. Bien, ahí tiene usted el motivo por el que sigo siendo comunista, por una hormona que me impone una obligación ética."

Adiós, comunista hormonal.

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