Crear, inventar, imaginar, creer

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Enseñar a pensar una historia, crear, es una tarea muy difícil y que exige mucha paciencia y constancia.
Lo más trabajoso es que debemos descartar muchos prejuicios, pues todos tenemos ideas ya muy formadas sobre qué es la imaginación, o que un escrito debe ser ingenioso, etcétera. Esos pre-conceptos no hacen más que alejarnos de una buena historia.
Paso número uno: no tiene tanto que ver con que se te ocurra una idea, sino con estar atento a lo que te llama la atención.
Olvidate de pensar que deberás hacer una historia, escribir un cuento. En este primer momento sólo tenés que darte cuenta de aquello que te llamó la atención.
Paso dos: eso puede ser algo importante o algo que nos parece sin la más mínima importancia.
No le pidan “que sea importante”. Por alguna razón algo en nosotros lo recogió, o impactó, y eso quiere decir que reparamos en eso.
Si a uno se le escapan las cosas que le llaman la atención: está perdido.
El principal error a la hora de crear es mirar para otro lado, partir de un lugar en el que no estamos. Como esa gente que es muy divertida pero que cuando están con un micrófono en la mano se ponen solemnes porque creen que hablar en público es “otra cosa”, y no es que pierden su gracia, sino que ellos mismos la descartan.
Lección número uno, entonces (y no sé si voy a seguir dando lecciones, pero al menos va ésta): atender cuando algo nos llama la atención. Aprender a oír esas imágenes, hechos, que rescata nuestra atención, sin juzgar su importancia. Vale decir: sin descartarlos porque parezcan irrelevantes, y sin darles prioridad porque “los consideramos valiosos”. Neutro. A todos por igual: sólo afinar nuestro oído para las cosas que nos llaman la atención (ya sé que lo escribí veinte veces, pero es lo que quiero que se les meta en la cabeza).
Si hiciera un taller de escritura, con niños o con adultos, creo que durante un buen tiempo nos dedicaríamos sólo a leer libros, y al mismo tiempo a que cada uno cuente lo que le llamó la atención de la semana que pasó.
Ya termino: ese saber oírnos está muy relacionado con lo que, a la hora de escribir, se llama “la propia voz”. Buena parte de un estilo propio, de la propia voz como autor, es sobre qué cosas hacemos foco. Darío Fo, en “Manual mínimo del actor”, decía que nuestra cabeza es como una cámara, enfocamos hacia allá, hacia acá. Es una buena metáfora. Lo peor que podemos hacer es desoír lo que esa cámara recogió. Escribir empieza por oír, y por oír lo que oímos.
Muchas gracias, buenos días.

P/D: aún no desayuné.

Luis Pescetti, http://www.luispescetti.com

Lo único

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¿Qué hay que hacer? ¿Cómo se hace para disfrutar realmente de un paisaje, para aprovechar todo el esfuerzo, todo su potencial? El alivio de estar escribiendo: la utilidad, el alivio de estar escribiendo - de tener una cosa que hacer.

No es fácil encontrar un lugar frente a lo único.

Frente a lo único uno sabe que debería hacer algo pero no sabe qué- precisamente porque es único. Frente a lo único cada cual se construye un recuerdo como puede: diseña lo que será, por muchos años, el recuerdo.
No hay respuestas previstas; hay respuestas que se pueden intentar digamos:

el asombro digamos
la maravilla digamos el sobrecogimiento
digamos el desdén
digamos
la exitación confusa las risas sin objeto digamos
el estupor digamos la tristeza la pequeñez la astucia
para tratar de ver lo que no ven los otros digamos
la conciencia súbita de algo.
Y digamos también la búsqueda del punto panorámico perfecto inmejorable: ese punto de vista
desde donde mirar por una vez lo que sólo una vez digamos
el temor
de no sacarle todo el jugo el temor
de perderse lo mejor -que es irrecuperable- digamos
emocionarse casi en serio besar
desesperadamente a quien al lado digamos ser besado
digamos sonreir a los desconocidos digamos decir oh ah ay caramba guau - locución que se ha vuelto tan humana- digamos
ya queda dicho:
el tonto alivio de escribir
Martín Caparrós, El Interior