Hoy me desperté y pensé

Abro los ojos, pegajoso por tan tapado que dormí, estúpido sin causa aparente, como Desmond de un sueño de Lost. Me siento en la cama, tratando de calibrar mi astigmatismo y descifrar el reloj del equipo. Veo las 10.04. La luz que entra por la persiana me ayuda a creer. Estoy listo, mal. Repaso mentalmente qué se suponía que debía estar haciendo a esa hora, calculo las posibilidades de cumplir metiéndole pata como nunca y puteo; por haberme olvidado de poner la alarma en el teléfono principalmente, pero también por apagarlo antes de ponerlo a cargar, por la leche de que nadie en mi casa se haya dado cuenta de que me quedé dormido y porque no hay manera que haga a tiempo.

En mi casa no hay nadie, ni durmiendo, ni abajo. Raro, atípico de un día tal a esa hora. Prendo el teléfono esperando catarata de llamadas perdidas y mensajes puteadores que recuerden mi relación de dependencia y sigan sumando a mi blasfemo repertorio. El cornudo tiene fecha 18/08 y denuncia las seis y algo. Ahí está la puta causa por la cual no me sonó la alarma que quizás sí activé.. Pero a medida que me voy armando por partes, juntando mis pedazos de ropa bien, me asalta otro pensamiento aterrador: no sé qué día es, y cabe la chance de haber seguido de largo desde la siesta, y estar amaneciendo en sábado. Claro, la remera que tenía puesta era la que iba a usar para entrenar. Y si iba a entrenar tenía que ser viernes. Impresionante, dormí una siesta de 10 horas. Qué vida, macho...tenés que levantar el pie en la curva. Mejor igual, mi reputación sigue intacta.

Ya a gusto con la explicación, vuelvo a abrir el teléfono para hacerlas públicas, queriendo compartir la gracia de mi aletargado reposo. El muy obseso insiste con las 6 y algo. Levanto la vista: el equipo lo respalda dando no las 10.04, sino las 18.12.

Una siesta, a fin de cuentas; como tantas..